viernes, 30 de enero de 2009

Fútbol con botones


En la vida de Rómulo era normal salirse de su casa los sábados a las 3 de la tarde y caminar hasta lo de Alfredo. Tenían prevista una nueva partida como cada vez desde 1949. El religioso sábado del estricto y esperado encuentro.
Era tan habitual para él que ni siquiera se daba cuenta de que su vida vista de afuera contenía este acto sorprendente. Como si pudiéramos observar con normalidad una partida de fútbol con botones.
El juego databa de la época de sus infancias, un rudimentario tablero, que como rudimentario cargaba con todas las mañas y los detalles, y un equipo de fútbol armado con botones, de colores, de tapados de viejas tías de más allá de las añoradas infancias de Rómulo y Alfredo. Botones limados especialmente para que se deslicen por el tablero como verdaderos goleadores, arqueros y defensores. Cada botón un nombre, preciso como Castro, Pelícano, o Matadero, un nombre que no los identifique con ningún jugador actual ni de antes, aunque suenen tanto a almas del fútbol, pero no, los nombres de cada botón únicos para ellos: _¨si el botón se rompe, se acaba, nadie hereda los nombres...¨, _decía orgulloso Alfredo,...¨ porque los botones se hacen trizas, como las vidas¨.
Así Rómulo y Alfredo esperaban toda la semana la llegada de los sábados a las 3. El partido arrancaba y la pelota disparada con una ficha de casino rectangular y plana - una tableta plástica que al hacer presión sobre el botón golpea a la pequeñísima pelota-, se mueve para un arco o para el otro: _ahora te toca a vos!,_ ordena Rómulo, porque es una jugada para cada uno, salvo el foul que se cobra como dos.
En estos botones hay almas y espectativas. A pesar de que toda la semana se la pasen guardados en sus cajas metálicas decoradas con botones impresos, Castro, Mataderos y Pelícano son vidas como las nuestras sostenidas en botones; como patean laten, como defienden gritan sus victorias, como humanos se salvan de hacerse pedazos.
Los goles a veces son 4 o 5, aunque este último sábado fueron 20!, quizás porque era el último partido de una gran tanda porque Alfredo se va de vacaciones. Y quizás pueda ser el último partido si Alfredo quizás no vuelve más. Nunca se sabe la ruta, el calor y el corazón qué partido estarán jugando.

sábado, 10 de enero de 2009

BORDE DEL MAR


Caminó por los lugares por los que su padre ya no andaba más. La operación, el cuello duro y la histeria de siempre lo dejaron postrado. Ahora que se encuentra en la cama sin conocimiento, o apenas con conocimiento, ella siente la necesidad de despedirse por él de los sitios a los que no volverá.Y porque le dicen que a pesar de estar moribundo, a pesar de que ya no come hace tantos meses (se alimenta por tubos con nutrientes) debe de tener alguna cuenta pendiente por la que no puede dejarse e irse en paz. Como si estuviera pagando con su espera inhumana (lo lavan con trapos, le sacan y ponen los dientes, le curan las paspaduras con cremas y gels) esos días en los que supo ser como nadie quería que él fuera. Esos días que duraron toda su vida, el sube y baja de emociones, donde no podía esconder su sinceridad enorgulleciéndose de que todos eran peores que él (más locos, más malos, sucios, maleducados, o de religiones inconvenientes). Ella no sabe bien porqué esta situación (la de su padre moribundo hace casi 2 años) se ha vuelto una historia sin fin y desde donde se encuentra le dedica algunos minutos, como poniendo su mente en una sincronía telepática y tratando de hacerle saber que lo perdona, que lo hecho hecho está y que las razones habrán tenido espacio y que esa enfermedad (la excusa para justificar sus acciones) es así, injusta con los otros, injusta con el que la padece. Pero que punto, que este tiempo en donde él se muestra vencido, sin nada más que un cuerpo fláccido que se confunde con los dobleces de las sábanas y apoyado como otros lo dejan, es suficiente pago castigo para un hombre y también suficiente tiempo de desdicha para todos los que lo atienden como si fuera un niño enfermo que recién comienza la vida.
Ayer por la tarde caminó por la playa y se detuvo por los sitios que él disfrutaba, el viejo médano que aún permanece como entonces, el camino que hacen un surco las plantas gomosas que crecen en la arena al ritmo de los escarabajos, la empalizada del hotel, entreviendo por sobre las reformas restos de viejas paredes, reconstruyendo en sus ojos la estructura original que los contuvo alguna vez, cuando eran esa familia que él transportó, en los tiempos que podía demostrar su alegría frente al mar.