
Como un acto natural supe que tenía que fotografiar a mis hijos, algo que no podía dejar de hacer en mi vida. Observandolos me encontré con los recuerdos de mi propia infancia, unidos o diferenciados por el paso de solo veinte años.
En mis hijos y en nuestra entrañable vida en común, a veces difícil, ayudó la fotografia a salir a flote, a transformar momentos miserables en sanas victorias gráficas. Otras veces la fotografía se volvió un refugio para guarecernos de violencias. En nuestro mundo fotográfico hubo siempre paz y compresión.
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