sábado, 29 de mayo de 2010

LUNA LLENA SOBRE CATARATAS




La razon del viaje era hacer la nota:Cataratas con luna llena.
Si era solo cataratas no veniamos_ me dijo la cronista mientras esperabamos para embarcar rumbo a Iguazu,
lo que nos interesa a nosotros es de noche y con luna llena, porque de cataratas ya se hicieron mil notas, me recalco.

Aunque el vuelo saliera atrasado de Buenos Aires por “la lluvia en Iguazu” y aunque al comenzar el descenso comprobaramos que el avion tardaba mas de diez minutos en atravesar de arriba abajo una espesisima capa de nubes, que de tan densas formaban un gigantesco fuenton de crema chantilly recien batida, la cronista no perdia de vista el objetivo: lo que tenemos que hacer es la excursion de noche_ volvia a decirme cada vez que veia una oportunidad para hablar de sus concretas expectativas. Si no la podemos hacer hoy la tendremos que pasar para manana_ me insistia una vez mas, porque a nosotros solo nos interesa el paseo con luna llena _ repetia dejando entrever que la excursion podria darse por cancelada.

Pero a medida que el clima no daba senales de querer cambiar, las ilusiones se le iban diluyendo. Mientras retirabamos el equipaje de la cinta ya en Iguazu, el semblante de la cronista no era el mismo. El dia estaba completamente gris y nublado y las esperanzas de que la noche se despejara casi perdidas.

Al llegar al hotel nos trasladaron directamente al restaurant, a un almuerzo de bienvenida. Mientras algunos se presentaban y otros llenaban sus platos con una impresionante variedad del buffet frio, un milagro climatico se produjo: un haz de sol se colo entre las palmeras y luego otro y otro, hasta que el cielo se aclaro en forma absoluta. Enseguida los telefonos empezaron a sonar y el plan de la excursion a las cataratas con luna llena se puso en marcha.
Al grupo de periodistas nos llevarian al lugar cerca de las 8.
En un trencito estilo safari sin puertas ni ventanas, la brisa se hacia sentir duramente en el medio de la cara y mucho en las manos.
Nos dirigiamos hasta el comienzo de la pasarela de mas de un kilometro que aun nos separaba de las cataratas.

Una guia del lugar aprovecho nuestro titulo de periodistas para hacer el trayecto sentada en el tren frente a nosotros y contarnos algunas cositas que dijo: no se dicen mucho del Parque..., la gente le da de comer a los animales y esto genera un gran desequilibrio en la selva, se rompe el ecosistema y el codigo entre ellos, entonces se pelean. Las autoridades dejan que los turistas ingresen al parque con bolsas de comida, y ellos se tientan y convidan a los coaties, que lo unico que les interesa de los turistas es ligar algo para comer.Y los coaties ahora comen hamburguesas con papas fritas_termino confesando.
Asi se desmitificaba un concepto que yo tenia sobre los animales de la selva por una nueva idea que se formaba a partir de grupos de coaties saboreando big macs en los pequenos restaurancitos que bordeaban el camino del tren.
Ibamos llegando al final del recorrido y alli comenzariamos la caminata de tantos metros de pasarela resbaladiza. Once largas cuadras de barandas embellecidas por sonidos selvaticos y audio de rio en todas sus formas, que sonaban segun los distintos pasos a diferentes ritmos.

Yo iba bien provista, era mi primera vez. Sabia que mi objeto esencial era el tripode.
Iluminada por un inolvidable cielo estrellado caminaba cargando un exagerado bolso lleno de lentes, con la luna casi llena, que a esta hora estaba exactamente arriba de mi cabeza; lo que aseguraba que jamas existiria la foto sonada: la rompiente de las cataratas y apenas arriba la luna llena coronando la vista.

Me faltaban unos metros para llegar al balcon principal de la Garganta del Diablo cuando empece a escuchar unos chillidos humanos, producto de los que habian ido llegando antes que yo, quienes estaban siendo salpicados brutalmente por una cortina de agua que el viento levantaba como a baldazos la bruma helada.

No habia llegado a ver la magnitud de aquella maravilla natural, era imposible acercarme al balcon de la vista principal sin mojarme de una vez y completamente. El viento pegaba de tal forma que el agua se esparcia como una gran ducha sobre todo lo visible. No habia pilotin que alcanzara.
Mi equipo se habia empapado por completo antes de empezar con los intentos de hacer las fotos.
A traves del lente empanado solo veia mas del mismo vapor y por supuesto no podia enfocar automaticamente; la luz de la luna que alumbraba en forma general no era suficiente. Tampoco podia hacer foco porque el vidrio turbio no lo permitia y mis ojos ya no veian nada puro.
La exposicion tenia que ser de bastante mas de dos minutos para que imprimiera algo, pero el grupo de turistas caminaba nervioso de un lado a otro de la pasarela patinosa y mojada y solo lograban que mi tripode tembleque se balanceara sin parar en el medio de todo lo que pasaba.

Mis manos se habian endurecido del frio helado y el tiempo se acababa. Nadie aguantaba mucho en el lugar y mientras antes se fueran todos, nosotros tambien tendriamos que partir, volver a subirnos al tren que esperaba para llevarnos de regreso y asi dar paso a una nueva horda de ilusos turistas que imaginaban una romantica vista de la luna llena sobre las cataratas.

miércoles, 3 de febrero de 2010

UNA MAÑANA EN EL CEMENTERIO

El cura de mediana edad y pelo recién cortado espera con la Biblia y ambas manos cruzadas sobre ella. Esta parado al costado de la pequeña sacristía del cementerio, una mini reproducción de una iglesia. Espera el turno de entrada del próximo cajón, dirá unas palabras, se las dedicará a los familiares del muerto. Como la rutina de cualquier trabajador hoy le toca el cementerio. Quizás le toca todos los días, o quizás cada tantas mañanas. Tal vez lo intercala con alguna otra misa o clases de catecismo.
El cajón con ayuda de ocho de los hombres del cortejo, se apoya en un pedestal destinado a él exclusivamente en el interior y medio de la sala, y a su alrededor lo escoltan de pie los allegados, esperan ansiosos de esas palabras tan necesitadas que el cura les ofrendará en una mañana de despedida y de muerte. El cura abandona el rincón y da unos pasitos al frente deteniéndose en una de las cabeceras del cajón. Pide un rezo y luego sus palabras se abren paso.
_Voy a contarles una historia personal, titula.
_Hace unos meses tuve la desgracia de perder a mi padre, bueno…, por un lado la desgracia y por el otro lado la dicha, porque a partir de su muerte pude valorar ciertos rasgos de él que no sabía tener en cuenta. Y esto me hizo crecer y pensar de manera diferente sobre la vida y resaltar los valores del morir. Y en esta última nochebuena, estando juntos con mi madre, era la primera que pasábamos sin mi padre, ella se me acercó bastante acongojada y con los ojos brillosos me pregunto: _Marcelo, vos que sos cura...como pensas que es el cielo?
Y yo le respondí:_ Mira vieja, para mi el cielo es como una gran raviolada, está puesta la mesa y todos están sentados alrededor, están los tios, esta el abuelo en la cabecera y ahora también llegó papá y todos están felices y contentos esperando para echar los ravioles y comer todos juntos. También nos esperan a nosotros y también a...

y dejó mezclar el nombre de la reciente muerta que yacía presente en el cajón rodeada por sus parientes, participando de algún modo en este monologo que la invitaba a ser parte de una raviolada en el cielo.

...Elisa que esta llegando ahora...y...

Me encontraba parada casi al final de la congregación de gente en esa pequeña sacristía del cementerio, había llegado para acompañar a mi amigo, el hijo de la muerta, Elisa, a la que se refería el cura, pero mi presencia se limitaba a permanecer a un costado, un poco retirada del grueso de publico tristón, por respeto a la muerta a quien había visto solo dos veces, y dejándoles el paso a los que de veras habrían compartido con ella la vida toda.
Veía esa raviolada en el cielo como aquellos murales pintados en las iglesias, la gran escena sucediendo entre las nubes, una mesa bien larga e italiana repleta de fuentes de porcelana gruesa con tapas y una incitante variedad de salsas con aroma a tomates y pesto. Los brazos repartiéndose los platos cargados y humeando, sonidos a cubiertos espadándose en el aire, gestos de carcajadas sin audio y un poco alejada de la mesa la arcada de una puerta imponente y maciza decorada con ligustros verdes y ramilletes de flores blancas de inmensos perfumes, por donde ingresarían los últimos muertos de la vida a participar de la raviolada. Me costaba en este punto imaginar la llegada de Elisa en las puertas del cielo, ese cuerpo que descansaba adelante nuestro en el interior del cajón color caoba y brillante, que hubiese flotado hasta allí animado por los aromas de los ravioles ya listos, con el tenedor en la mano o la servilleta enganchada del cuello. Me era difícil ubicarla en esa panacea de panes, postres y tucos. Y como habría subido, desnuda? vestida? y porque compartía la mesa con el papa del cura? Pero la respuesta a esta pregunta era fácil de responder, porque para el cura éramos todos hermanos y el cielo y la eternidad no distingue familias, ni apellidos y genéticas distintas, todos iguales al polvo vamos. O a la raviolada llegamos.

...y entonces aplaudamos fuerte todos a Elisa que esta entrando ahora..., y se dejo escuchar un imperioso clamor de manos golpeándose tan fuerte como podían para dejar salir toda la angustia contenida de horas de velorio y café negro. E inclinándose beso el cajón y poso su mano, casi como si la estuviera tocando por primera o por ultima vez y mirándolo fijo le dijo: _ Elisa, podés ir en paz.

domingo, 17 de enero de 2010

LA ULTIMA FOTO DE MI PADRE


Puedo acordarme de cada una de las fotos que me llevo de su vida de estos dos años del final de su enfermedad.
Ayer, que fue la última vez que lo vi y el último dia completo que vivió, porque murio apenas comenzado el dia de hoy, pude sacar la cámara y disparar la foto, la única que pude hacer a lo largo de todo este tiempo.
Me parecia cada vez que lo veía que era tan fuerte la imagen que me mostraba, me tomaba una gran cantidad de horas archivar esa imagen para poder seguir con mi vida, y además de no encontrar coraje, no podía levantar la camara y disparar la foto.
Las fotos que no hice podría describirlas ahora: la cama de hierro gris plomo a través de la puerta del cuarto, el cuerpo dormido y sus manos atadas a los fierros con gasas, la boca hundida intentando en vano balbuceos extraños,... pero nunca pude parada al lado de la cama levantar la cámara y llevarme en una foto ese ojo celeste redondo y abrillantado mirandome fijo. El implacable ojo mostrando su tristeza y su arrepentimiento.
Porque todo este tiempo me valía de esas señales, querer responderme el porqué seguía vivo me hacia especular con mis pensamientos y veía como una razón terca su padecimiento.
Aunque a veces le habia dicho - en esas conversaciones que mantenía mente a mente cada vez que lo veía- le habia dicho que ya era suficiente, que ya no tenía sentido seguir mostrando que queria permanecer vivo para padecer delante nuestro y exponerse tan frágil como nunca habia sido.
_Ya esta, quedate tranquilo..., _le repetí varias veces mientras le tocaba la frente caliente, la vez que por verlo tan mal y por estar sola frente a él pudo mi mano entrar en contacto.
Incansablemente quería saber hasta cuando o porqué, y cada vez encontraba respuestas en todos los años en los que su temperamento severo y tan impredescible lo hacía immune a nuestros dolores.
Ahora mientras escribo y lo imagino muerto parece tan raro que haya podido hacerlo. Porque nunca nadie he visto antes que tuviera tanto miedo a morirse.

Apenas supe la noticia salí al patio, hacía un calor de primavera en pleno invierno, camine por el borde de la pileta recordando su figura, la que finalmente fotografié ayer en el cuarto del hospital el último día que vivió.
No puedo dejar de ver su cuerpo desnudo, sus hombros caídos con moretones, las conecciones a su yugular de una cánula transparente pegada con una cinta scotch ensangrentada a su cuello inmóvil, la máscara de oxígeno sobre la boca completamente abierta tratando de tragar los suspiros que le quedaban, y los ojos, casi siempre cerrados, dejando intermitentemente ver un borde blanco y un imperceptible bordecito celeste abriéndose por última vez.
El cuerpo bajo la sábanas ya no se movía, ni tampoco se veían sus manos atadas. Apenas antes de irme toque su pie y me paré una vez mas frente a él, mientras mi mamá intimaba detalles con la enfermera que se quedaba a cuidarlo; a establecer un último dialogo mente a mente, y le pedi en tono de ruego que se lleve al cielo nuestro amor de familia, que nos cuide desde allá como nunca pudo hacerlo acá. Le pedí que viajara con esa misión por nosotros. Entonces por primera vez me sentí tranquila de haber encontrado una unión final en nuestras vidas, entre su inminente viaje al mas allá y mis saturadas ganas de que deje de sufrir.

viernes, 8 de enero de 2010

IDA SOLO


La única vez que llamó a casa fue el día antes de matarse. Como si hubiera querido que todo fluya de manera natural y sin que nos diéramos cuenta.
Decía que quería llevar a mi hijo junto con el suyo por el día, irían de paseo al club a pasar el domingo. Almorzarían en el restaurant caro del náutico así los jovencitos estarían a piacere,cómodos y relajados haciendo vida de niños ricos. Ella leería revistas de chismes en la reposera mientras los niños jugaran.
En mi casa quedó grabado el mensaje de Zulema, invitando a mi hijo a pasar el dia en el club y asi transcurrio el domingo que estoy contando; un domingo de primavera, un tramo en la costa del Rio de la Plata, en la zona norte donde nada falta.
Quien iba a decir que Zulema pensaba firmemente en suicidarse?
Lo habia dicho al pasar: _"Si Mario no me deja quedar con el departamento me tiro por el balcon…"
Pero como tomarlo en serio? Preferir la tumba por no ganar la disputa del departamento?

Hacia tiempo que la relación entre Mario y Zulema no iba bien; era un hecho que se iban a separar, incluso lo sabíamos los padres de los compañeritos.
“Los papas de Fede van a separarse,_ me dijo mi hijo muy campante en una de las cenas cercanas a estos hechos.Que la noticia del inminente divorcio trascendiera tanto era una señal difusa, como para creer mas que no que que si.
Como estaban las cosas Mario y Zulema se repartían el cuidado de los cuatro hijos, que aunque comenzaban a verse grandes precisaban atención. Unas noches le tocaba a Mario, otras a Zulema, lo que convertía la situación por algunos días en una separación de hecho, intimidades solo conocidas por el portero del edificio.
La noche del lunes no fue raro que Zulema saliera pasadas las doce, tampoco que no regresara. Llegando la medianoche dijo que salía a dar una vuelta. La misma crisis presuponía que cualquier reacción era posible, como para que en un instante todo se desencaje, alguno tomara la calle en una dirección, y otros quedaran pensando porque se va o como o adonde y no se les moviera un pelo como para salir a buscarlo. Nada que no desemboque en la necesidad de calmar los nervios tomando aire fresco en la plaza de enfrente. Pero Zulema se marchaba con la convicción de tirarse por el balcón como les había anticipado.
Antes de salir saludo a sus hijos con el monedero en una mano y el paquete de los cigarrillos en la otra. Deambulo con la mente perdida en un objetivo oscuro varias cuadras, hasta llegar al último departamento donde había vivido, antes de mudarse al actual, a ese del que acababa de irse para siempre y con el que amenazaba a Mario con cambiar por su vida si no le cedía la propiedad.
Llego al edificio de antes y toco el timbre en lo de la vieja vecina, con quien compartía las tardes cuando habitaban el mismo edificio, días de contarse todo y donde habían sido inseparables; no como ahora que las circunstancias las mantenía distanciadas pero no por eso fuera de confianza.
Zulema abrió el portón cuando su amiga acciono el timbre y paso derecho hasta los ascensores que conocía de memoria, ascendió hasta el ultimo piso donde se abría paso el pasillo largo hasta la terraza y piso con firmeza la membrana plateada que a esa hora ya no escondía reflejos de ningún día y barandeandose entre las rejas negras miro desde lo alto el pozo de aire y luz; apago con fuerza el cigarrillo, sobre el revoque nocturno, que habia encendido al cruzar la puerta de entrada y se arrojo al vacio.