
_¨Aquí la vida vale muy poco¨. Seguido a estas palabras caminamos por la villa en medio de un olor invasivo, escoltando los pasos firmes de un lugareño con permiso a mostrarnos como vive la gente de este lugar, con esperanzas de ser él quien logre modificar alguna cosa.Un olor nauseabundo propio de la falta de cloacas inunda la totalidad de las calles de tierra del circuito de precarias casas emparchadas. Los vecinos refugiados en sus pobres y frágiles guaridas vigilan nuestros pasos con las miradas sin fe. Al borde del arroyo que huele a podrido y entre las espesas pilas de basura acumulada, construyen sus casas los que no tienen casa. Simplemente un día llegan con la razón indiferente a los cuestionamientos y con una pala comienzan a aplanar lo que debiera ser tierra, sorteando restos oxidados de latas roídas y plásticos de lo que fueron botellas; y con retazos de chapa y pedazos de viejos cascotes descartados por otros levantan algo similar a paredes desaliñadas hechas con la fuerza de no tener nada. Aunque parezca que no hay más lugar costeando la orilla, alguno que otro encuentra su pedacito y así se van poblando todos los rincones de la frondosa costa de símil barro. Los que viven hace mas tiempo y un poco mas alejados del epicentro de la mugre y de los márgenes del arroyo putrefacto, cuyas casas hoy se ven algo mas armadas, no pueden echarles nada en cara a los nuevos inquilinos harapientos; será que llevan en su haber los recuerdos propios de esas andanzas apesadumbradas. Se acomodan como pueden y hacen de la porción ganada al basural un barrio donde crían a sus hijos con las enfermedades propias del terruño infecto. Los acunan con las manos ajadas, los alimentan con los dientes podridos, los peinan con las caras llenas de ronchas, los bautizan con las venas contaminadas, los miran con piedad por haberlos traído al mundo. En sus organismos los tumores se han vuelto comunes y se expanden entre los cuerpos del barrio, tal vez por el consumo del agua que de las canillas sale verde o marrón según le plazca, o quizás por la cercanía casi total a las gigantescas columnas de cables de alta tensión que parecen alzarse victoriosas al daño que ellas mismas causan. El pelo crece como la paja y la comida sale bien rara. Los perros parecen custodiar el platito de agua que enseguida se les pudre. Otros de los aún vivos sufren de espasmos pulmonares por respirar del aire irrespirable, por paladear a fuerza de la necesidad el agua verde. Nadie puede imaginarse con estas finas palabras la verdad sobre este basural de humanos, apenas diferenciados de los desperdicios por el imparable latido de sus corazones.
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