viernes, 12 de diciembre de 2008

La promotora

Hace poco tiempo tomé un trabajo de promotora. Así nos llaman a las que entregamos propagandas en papelitos que repartimos por las calles.

Me toca estar parada frente a la puerta de un instituto de inglés cuidadosamente vestida y con el pelo recogido.

El trabajo consiste en lograr detener a alguna de las miles de personas que transitan agitadas por el micro centro de la ciudad al menos por un instante y proponerles diferentes menús para acceder a estudios de inglés. Me hacen llevar una carpeta con planillas a gran escala donde yo debo anotar el nombre y el teléfono de las personas que consigo que me presten atención y así formo un registro de listas que cada día alcanza menos de la mitad del papel.
Llego puntualmente a las 11 al instituto, recojo las planillas en la oficina y tomo mi posición del otro lado del vidrio vaivén donde empieza mi labor.
En la oficina dos chicas bien entrenadas esperan ansiosas que con mis poderes les haga llegar algún interesado que quiera muchísimo averiguar más sobre las distintas posibilidades de los cursos para quizás algún día salir por esa puerta hablando en otro idioma.
Las chicas de la oficina me insinúan estrategias para conseguir clientela fundadas en mentiras que se basan en el otorgamiento de becas o directamente en sorteos que desembocarían -si existiesen- en regalos de cursos y otras variantes.

Lo molesto un segundito...?_ estamos regalando cursos de inglés, les digo. Y así comienza la charla que tiene como centro la mentira que conduce a la persona al interés por algo que digo regalarle y adentro harán todo lo posible por venderle.

Me daba cuenta que las mujeres de entre 25 y 50 años nunca se detenían, jamás tenían tiempo. Pensaba que el lugar quizás no era el más propicio para que este sector de señoras se detuviese, ya que estábamos en una acomodada zona del micro centro donde las señoras que trabajan en las oficinas contiguas a mi punto posiblemente ya tienen buen uso del inglés. Notaba que las presas fáciles eran los hombres humildes de más de cuarenta, posibles obreros de la construcción de las futuras oficinas de la zona, se veían súper tentados a recibir un curso de inglés gratis, al fin un premio. Ellos lo tomaban como un sueño, algo que finalmente les sucedía. Justo yo les anunciaba que llegaba un cambio a su rutinaria vida de cada día, una ilusión en la que ir pensando durante la caminata del subte a la obra con el sándwich y el martillo.
Con mi sonrisa de cenicienta y mi boca enorme les decía: _Señor estamos regalando un curso de inglés, le gustaría pasar a averiguar un poco más?
Y casi siempre lograba que entrasen y se sentasen en el sillón rojo, exhaustos en una sonrisa que se iba desfigurando cuando la chica de la oficina con su lapicera remarcaba el costo y la cantidad de meses que necesitarían, que en general se extendía a años, pagar una cuota que jamás había existido en esos mismos sueños.
Me iba sintiendo cada vez peor, mi estrategia de recurrir a los pobres con ilusiones no me dejaba dormir, había una incomodidad en mi cara que se acrecentaba cada día, como algo que quería salir a empujones desde adentro de la piel, entremedio de los ojos, más abajo. El último día me presenté en el escritorio de las chicas de la oficina para pedir mi renuncia. No pudieron decirme que no, ni tampoco intentaron ya ninguna forma de detenerme. Era imposible verme así. En el lugar donde antes estaba mi nariz ahora había crecido un pequeño mástil que en la punta hacía flamear un banderín donde se leía Wall Street Institute en grandes letras azules.

2 comentarios:

  1. sólo la imagen de la estatua de la libertad de la banderita + el nombre de ese instituto es una imagen tristisima.

    Hay relatos a pedido? Quiero uno sobre APPyA y los clientes de corte gratis!!!!

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  2. Me gusta el final de cuento fantástico, le agrega un toque de humor que transforma el cuento.

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