sábado, 29 de mayo de 2010
LUNA LLENA SOBRE CATARATAS
La razon del viaje era hacer la nota:Cataratas con luna llena.
Si era solo cataratas no veniamos_ me dijo la cronista mientras esperabamos para embarcar rumbo a Iguazu,
lo que nos interesa a nosotros es de noche y con luna llena, porque de cataratas ya se hicieron mil notas, me recalco.
Aunque el vuelo saliera atrasado de Buenos Aires por “la lluvia en Iguazu” y aunque al comenzar el descenso comprobaramos que el avion tardaba mas de diez minutos en atravesar de arriba abajo una espesisima capa de nubes, que de tan densas formaban un gigantesco fuenton de crema chantilly recien batida, la cronista no perdia de vista el objetivo: lo que tenemos que hacer es la excursion de noche_ volvia a decirme cada vez que veia una oportunidad para hablar de sus concretas expectativas. Si no la podemos hacer hoy la tendremos que pasar para manana_ me insistia una vez mas, porque a nosotros solo nos interesa el paseo con luna llena _ repetia dejando entrever que la excursion podria darse por cancelada.
Pero a medida que el clima no daba senales de querer cambiar, las ilusiones se le iban diluyendo. Mientras retirabamos el equipaje de la cinta ya en Iguazu, el semblante de la cronista no era el mismo. El dia estaba completamente gris y nublado y las esperanzas de que la noche se despejara casi perdidas.
Al llegar al hotel nos trasladaron directamente al restaurant, a un almuerzo de bienvenida. Mientras algunos se presentaban y otros llenaban sus platos con una impresionante variedad del buffet frio, un milagro climatico se produjo: un haz de sol se colo entre las palmeras y luego otro y otro, hasta que el cielo se aclaro en forma absoluta. Enseguida los telefonos empezaron a sonar y el plan de la excursion a las cataratas con luna llena se puso en marcha.
Al grupo de periodistas nos llevarian al lugar cerca de las 8.
En un trencito estilo safari sin puertas ni ventanas, la brisa se hacia sentir duramente en el medio de la cara y mucho en las manos.
Nos dirigiamos hasta el comienzo de la pasarela de mas de un kilometro que aun nos separaba de las cataratas.
Una guia del lugar aprovecho nuestro titulo de periodistas para hacer el trayecto sentada en el tren frente a nosotros y contarnos algunas cositas que dijo: no se dicen mucho del Parque..., la gente le da de comer a los animales y esto genera un gran desequilibrio en la selva, se rompe el ecosistema y el codigo entre ellos, entonces se pelean. Las autoridades dejan que los turistas ingresen al parque con bolsas de comida, y ellos se tientan y convidan a los coaties, que lo unico que les interesa de los turistas es ligar algo para comer.Y los coaties ahora comen hamburguesas con papas fritas_termino confesando.
Asi se desmitificaba un concepto que yo tenia sobre los animales de la selva por una nueva idea que se formaba a partir de grupos de coaties saboreando big macs en los pequenos restaurancitos que bordeaban el camino del tren.
Ibamos llegando al final del recorrido y alli comenzariamos la caminata de tantos metros de pasarela resbaladiza. Once largas cuadras de barandas embellecidas por sonidos selvaticos y audio de rio en todas sus formas, que sonaban segun los distintos pasos a diferentes ritmos.
Yo iba bien provista, era mi primera vez. Sabia que mi objeto esencial era el tripode.
Iluminada por un inolvidable cielo estrellado caminaba cargando un exagerado bolso lleno de lentes, con la luna casi llena, que a esta hora estaba exactamente arriba de mi cabeza; lo que aseguraba que jamas existiria la foto sonada: la rompiente de las cataratas y apenas arriba la luna llena coronando la vista.
Me faltaban unos metros para llegar al balcon principal de la Garganta del Diablo cuando empece a escuchar unos chillidos humanos, producto de los que habian ido llegando antes que yo, quienes estaban siendo salpicados brutalmente por una cortina de agua que el viento levantaba como a baldazos la bruma helada.
No habia llegado a ver la magnitud de aquella maravilla natural, era imposible acercarme al balcon de la vista principal sin mojarme de una vez y completamente. El viento pegaba de tal forma que el agua se esparcia como una gran ducha sobre todo lo visible. No habia pilotin que alcanzara.
Mi equipo se habia empapado por completo antes de empezar con los intentos de hacer las fotos.
A traves del lente empanado solo veia mas del mismo vapor y por supuesto no podia enfocar automaticamente; la luz de la luna que alumbraba en forma general no era suficiente. Tampoco podia hacer foco porque el vidrio turbio no lo permitia y mis ojos ya no veian nada puro.
La exposicion tenia que ser de bastante mas de dos minutos para que imprimiera algo, pero el grupo de turistas caminaba nervioso de un lado a otro de la pasarela patinosa y mojada y solo lograban que mi tripode tembleque se balanceara sin parar en el medio de todo lo que pasaba.
Mis manos se habian endurecido del frio helado y el tiempo se acababa. Nadie aguantaba mucho en el lugar y mientras antes se fueran todos, nosotros tambien tendriamos que partir, volver a subirnos al tren que esperaba para llevarnos de regreso y asi dar paso a una nueva horda de ilusos turistas que imaginaban una romantica vista de la luna llena sobre las cataratas.
miércoles, 3 de febrero de 2010
UNA MAÑANA EN EL CEMENTERIO
El cajón con ayuda de ocho de los hombres del cortejo, se apoya en un pedestal destinado a él exclusivamente en el interior y medio de la sala, y a su alrededor lo escoltan de pie los allegados, esperan ansiosos de esas palabras tan necesitadas que el cura les ofrendará en una mañana de despedida y de muerte. El cura abandona el rincón y da unos pasitos al frente deteniéndose en una de las cabeceras del cajón. Pide un rezo y luego sus palabras se abren paso.
_Voy a contarles una historia personal, titula.
_Hace unos meses tuve la desgracia de perder a mi padre, bueno…, por un lado la desgracia y por el otro lado la dicha, porque a partir de su muerte pude valorar ciertos rasgos de él que no sabía tener en cuenta. Y esto me hizo crecer y pensar de manera diferente sobre la vida y resaltar los valores del morir. Y en esta última nochebuena, estando juntos con mi madre, era la primera que pasábamos sin mi padre, ella se me acercó bastante acongojada y con los ojos brillosos me pregunto: _Marcelo, vos que sos cura...como pensas que es el cielo?
Y yo le respondí:_ Mira vieja, para mi el cielo es como una gran raviolada, está puesta la mesa y todos están sentados alrededor, están los tios, esta el abuelo en la cabecera y ahora también llegó papá y todos están felices y contentos esperando para echar los ravioles y comer todos juntos. También nos esperan a nosotros y también a...
y dejó mezclar el nombre de la reciente muerta que yacía presente en el cajón rodeada por sus parientes, participando de algún modo en este monologo que la invitaba a ser parte de una raviolada en el cielo.
...Elisa que esta llegando ahora...y...
Me encontraba parada casi al final de la congregación de gente en esa pequeña sacristía del cementerio, había llegado para acompañar a mi amigo, el hijo de la muerta, Elisa, a la que se refería el cura, pero mi presencia se limitaba a permanecer a un costado, un poco retirada del grueso de publico tristón, por respeto a la muerta a quien había visto solo dos veces, y dejándoles el paso a los que de veras habrían compartido con ella la vida toda.
Veía esa raviolada en el cielo como aquellos murales pintados en las iglesias, la gran escena sucediendo entre las nubes, una mesa bien larga e italiana repleta de fuentes de porcelana gruesa con tapas y una incitante variedad de salsas con aroma a tomates y pesto. Los brazos repartiéndose los platos cargados y humeando, sonidos a cubiertos espadándose en el aire, gestos de carcajadas sin audio y un poco alejada de la mesa la arcada de una puerta imponente y maciza decorada con ligustros verdes y ramilletes de flores blancas de inmensos perfumes, por donde ingresarían los últimos muertos de la vida a participar de la raviolada. Me costaba en este punto imaginar la llegada de Elisa en las puertas del cielo, ese cuerpo que descansaba adelante nuestro en el interior del cajón color caoba y brillante, que hubiese flotado hasta allí animado por los aromas de los ravioles ya listos, con el tenedor en la mano o la servilleta enganchada del cuello. Me era difícil ubicarla en esa panacea de panes, postres y tucos. Y como habría subido, desnuda? vestida? y porque compartía la mesa con el papa del cura? Pero la respuesta a esta pregunta era fácil de responder, porque para el cura éramos todos hermanos y el cielo y la eternidad no distingue familias, ni apellidos y genéticas distintas, todos iguales al polvo vamos. O a la raviolada llegamos.
...y entonces aplaudamos fuerte todos a Elisa que esta entrando ahora..., y se dejo escuchar un imperioso clamor de manos golpeándose tan fuerte como podían para dejar salir toda la angustia contenida de horas de velorio y café negro. E inclinándose beso el cajón y poso su mano, casi como si la estuviera tocando por primera o por ultima vez y mirándolo fijo le dijo: _ Elisa, podés ir en paz.
domingo, 17 de enero de 2010
LA ULTIMA FOTO DE MI PADRE
Puedo acordarme de cada una de las fotos que me llevo de su vida de estos dos años del final de su enfermedad.
Ayer, que fue la última vez que lo vi y el último dia completo que vivió, porque murio apenas comenzado el dia de hoy, pude sacar la cámara y disparar la foto, la única que pude hacer a lo largo de todo este tiempo.
Me parecia cada vez que lo veía que era tan fuerte la imagen que me mostraba, me tomaba una gran cantidad de horas archivar esa imagen para poder seguir con mi vida, y además de no encontrar coraje, no podía levantar la camara y disparar la foto.
Las fotos que no hice podría describirlas ahora: la cama de hierro gris plomo a través de la puerta del cuarto, el cuerpo dormido y sus manos atadas a los fierros con gasas, la boca hundida intentando en vano balbuceos extraños,... pero nunca pude parada al lado de la cama levantar la cámara y llevarme en una foto ese ojo celeste redondo y abrillantado mirandome fijo. El implacable ojo mostrando su tristeza y su arrepentimiento.
Porque todo este tiempo me valía de esas señales, querer responderme el porqué seguía vivo me hacia especular con mis pensamientos y veía como una razón terca su padecimiento.
Aunque a veces le habia dicho - en esas conversaciones que mantenía mente a mente cada vez que lo veía- le habia dicho que ya era suficiente, que ya no tenía sentido seguir mostrando que queria permanecer vivo para padecer delante nuestro y exponerse tan frágil como nunca habia sido.
_Ya esta, quedate tranquilo..., _le repetí varias veces mientras le tocaba la frente caliente, la vez que por verlo tan mal y por estar sola frente a él pudo mi mano entrar en contacto.
Incansablemente quería saber hasta cuando o porqué, y cada vez encontraba respuestas en todos los años en los que su temperamento severo y tan impredescible lo hacía immune a nuestros dolores.
Ahora mientras escribo y lo imagino muerto parece tan raro que haya podido hacerlo. Porque nunca nadie he visto antes que tuviera tanto miedo a morirse.
Apenas supe la noticia salí al patio, hacía un calor de primavera en pleno invierno, camine por el borde de la pileta recordando su figura, la que finalmente fotografié ayer en el cuarto del hospital el último día que vivió.
No puedo dejar de ver su cuerpo desnudo, sus hombros caídos con moretones, las conecciones a su yugular de una cánula transparente pegada con una cinta scotch ensangrentada a su cuello inmóvil, la máscara de oxígeno sobre la boca completamente abierta tratando de tragar los suspiros que le quedaban, y los ojos, casi siempre cerrados, dejando intermitentemente ver un borde blanco y un imperceptible bordecito celeste abriéndose por última vez.
El cuerpo bajo la sábanas ya no se movía, ni tampoco se veían sus manos atadas. Apenas antes de irme toque su pie y me paré una vez mas frente a él, mientras mi mamá intimaba detalles con la enfermera que se quedaba a cuidarlo; a establecer un último dialogo mente a mente, y le pedi en tono de ruego que se lleve al cielo nuestro amor de familia, que nos cuide desde allá como nunca pudo hacerlo acá. Le pedí que viajara con esa misión por nosotros. Entonces por primera vez me sentí tranquila de haber encontrado una unión final en nuestras vidas, entre su inminente viaje al mas allá y mis saturadas ganas de que deje de sufrir.
viernes, 8 de enero de 2010
IDA SOLO
La única vez que llamó a casa fue el día antes de matarse. Como si hubiera querido que todo fluya de manera natural y sin que nos diéramos cuenta.
Decía que quería llevar a mi hijo junto con el suyo por el día, irían de paseo al club a pasar el domingo. Almorzarían en el restaurant caro del náutico así los jovencitos estarían a piacere,cómodos y relajados haciendo vida de niños ricos. Ella leería revistas de chismes en la reposera mientras los niños jugaran.
En mi casa quedó grabado el mensaje de Zulema, invitando a mi hijo a pasar el dia en el club y asi transcurrio el domingo que estoy contando; un domingo de primavera, un tramo en la costa del Rio de la Plata, en la zona norte donde nada falta.
Quien iba a decir que Zulema pensaba firmemente en suicidarse?
Lo habia dicho al pasar: _"Si Mario no me deja quedar con el departamento me tiro por el balcon…"
Pero como tomarlo en serio? Preferir la tumba por no ganar la disputa del departamento?
Hacia tiempo que la relación entre Mario y Zulema no iba bien; era un hecho que se iban a separar, incluso lo sabíamos los padres de los compañeritos.
“Los papas de Fede van a separarse,_ me dijo mi hijo muy campante en una de las cenas cercanas a estos hechos.Que la noticia del inminente divorcio trascendiera tanto era una señal difusa, como para creer mas que no que que si.
Como estaban las cosas Mario y Zulema se repartían el cuidado de los cuatro hijos, que aunque comenzaban a verse grandes precisaban atención. Unas noches le tocaba a Mario, otras a Zulema, lo que convertía la situación por algunos días en una separación de hecho, intimidades solo conocidas por el portero del edificio.
La noche del lunes no fue raro que Zulema saliera pasadas las doce, tampoco que no regresara. Llegando la medianoche dijo que salía a dar una vuelta. La misma crisis presuponía que cualquier reacción era posible, como para que en un instante todo se desencaje, alguno tomara la calle en una dirección, y otros quedaran pensando porque se va o como o adonde y no se les moviera un pelo como para salir a buscarlo. Nada que no desemboque en la necesidad de calmar los nervios tomando aire fresco en la plaza de enfrente. Pero Zulema se marchaba con la convicción de tirarse por el balcón como les había anticipado.
Antes de salir saludo a sus hijos con el monedero en una mano y el paquete de los cigarrillos en la otra. Deambulo con la mente perdida en un objetivo oscuro varias cuadras, hasta llegar al último departamento donde había vivido, antes de mudarse al actual, a ese del que acababa de irse para siempre y con el que amenazaba a Mario con cambiar por su vida si no le cedía la propiedad.
Llego al edificio de antes y toco el timbre en lo de la vieja vecina, con quien compartía las tardes cuando habitaban el mismo edificio, días de contarse todo y donde habían sido inseparables; no como ahora que las circunstancias las mantenía distanciadas pero no por eso fuera de confianza.
Zulema abrió el portón cuando su amiga acciono el timbre y paso derecho hasta los ascensores que conocía de memoria, ascendió hasta el ultimo piso donde se abría paso el pasillo largo hasta la terraza y piso con firmeza la membrana plateada que a esa hora ya no escondía reflejos de ningún día y barandeandose entre las rejas negras miro desde lo alto el pozo de aire y luz; apago con fuerza el cigarrillo, sobre el revoque nocturno, que habia encendido al cruzar la puerta de entrada y se arrojo al vacio.
domingo, 1 de noviembre de 2009
La mujer fotografa
Como un acto natural supe que tenía que fotografiar a mis hijos, algo que no podía dejar de hacer en mi vida. Observandolos me encontré con los recuerdos de mi propia infancia, unidos o diferenciados por el paso de solo veinte años.
En mis hijos y en nuestra entrañable vida en común, a veces difícil, ayudó la fotografia a salir a flote, a transformar momentos miserables en sanas victorias gráficas. Otras veces la fotografía se volvió un refugio para guarecernos de violencias. En nuestro mundo fotográfico hubo siempre paz y compresión.
http://www.lamujerdemivida.com.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=318
martes, 20 de octubre de 2009
ESCUELA DE CIEGOS
Dan vueltas como trompos sentados en el piso, usan los brazos y las manos para hacerse girar locamente sobre si mismos.
Los niños ciegos están mas allá de todo. No les cuesta imaginar que son árboles con ramas movidas por vientos, árboles frondosos que regalan chupetines para quien se le antoje comerlos. Los niños ciegos descubren todo el tiempo lo que nunca vieron, las cosas de la vida que llevan nombre para decirlas. Los niños ciegos no tienen limites,en esa oscuridad se vislumbra el mundo de la magia.
Constantemente se frotan los párpados y se esconden con los brazos,guardan la cabeza con ojos; como si llevaran caparazones en la espalda, se vuelven bolitas de glóbulos cerrados.
Será la imperceptible presencia de la luz lo que los perturba? Será que en los claroscuros los ojos pican?
Me pregunto infinidad de cosas, descubro la admiración que me transmite verlos mas allá de este mundo de imágenes concretas, donde el árbol es ese tronco macizo del que no reparamos su presencia.
Recuerdo que en mi vida si me preguntaban cual sería la falencia física mas terrible que pudiera pasarme yo contestaba perder la vista, volverme ciega; pero para mi sorpresa encuentro que hoy mi respuesta se ha modificado.
Cada uno de estos niños vive una película de la que no participo. En mi desesperación por no saber de que se trata me ataca el recuerdo de las primeras fotos de gente portando cascos cibernéticos sobre sus cabezas, cascos con imagen y sonido, u anteojos de ciencia tecnológica rígidos como antifaces que abstraían a las personas de este mundo de visibles, ingresando a otro tan privado.
La lista de interrogantes no termina nunca: sufren? es todo mas difícil? qué imagen tendrán de si mismos? como es? como van? por qué esta bien? son otros? mejores? menos de qué?
sábado, 26 de septiembre de 2009
UN VIAJE
Apenas ida la escarcha por la mañana, subir la cuesta con los vidrios todavía empañados, husmear por los desconocidos senderos del camino metiéndose en el zigzag del cerro, hacia un lado y hacia el otro, con las ventanas bajas; cosa de que el perfume de los naranjos se cuele y el oír sordo de las flexibles ramas pegando unas contra otras la relajen.
Era viable llegada la noche, acomodarse al borde del camino, acurrucarse de cualquier manera en el asiento largo de atrás del auto rojo, con las piernas algo estiradas cuando la luna se viese en lo mas alto de la noche entrada. Observarla desde el interior del auto, con la cabeza recostada en la pila de ropa que hiciera de almohada, con la radio apenas y los párpados casi cerrados esperando que nada ni nadie aparecieran. Desplegar la manta rosada y limpia de la mochila entrando en los sueños tras el compás de los cálidos aires del noroeste; hasta recibir sin conciencia la luz del amanecer estallando sin compasión en sus ojos dormidos. Y apenas el día comenzara, cuando el coro de alegres pajarillos entonara al unísono sus voces, emprender de nuevo la aventura.
Tomó las llaves del auto en el lobby del hotel. Antes de subirse al vehículo chequeó los golpes que ya traía y registró rayón, golpe pequeño, cascado en el vidrio, raspado de llave en la puerta delantera.
Subió al auto con el tanque lleno y con la autorización del uso del kilometraje ilimitado ydedujo rápidamente como salir de la ciudad; doblando primero a la izquierda y otra vez a la izquierda. Desde allí hacia la avenida hasta chocarse con la empalizada blanca donde a la fuerza tendría que volver a doblar para retomar la calle, que del otro lado se hacia de dos manos; un boulevard de trafico surtido y árboles que algo frondosos invitaban primaverales. Y por allí derecho, hasta que desembocara de una sola vez en la base del cerro.
Desconociendo lo que la esperaba mas allá, y sin tomar en cuenta el posible calor de la jornada, se lamento por primera vez de no haber pensado en la importancia de tener una compañía para el trayecto. Apenas había avanzado unos pocos kilómetros cuando hizo la primera parada. Mientras se refrescaba la cara y se untaba slos brazos con el agua helada de la cascada que bajaba desde la montaña casi sobre el camino, se sobresaltaba -sin quererlo- por si acaso algo o alguien la estuviera acechando, mientras esperaba que al destapar su cara de las manos húmedas, no hubiese ningún espécimen humano o animal dispuesto a atacarla.
No sabia cuanto le tomaría el recorrido, porque parte del plan significaba no tener de antemano datos muy precisos, cosa de que sorprenderse fuera el mayor descubrimiento del periplo; pero a medida que el camino se iba haciendo angosto y se poblaba de recovecos imprecisos donde apenas se divisaba la llegada de otro vehículo que viniera por la mano contraria, se estremecía por haberse creído capaz de esta aventura.
No podía haber tenido en cuenta que a cada tantos tramos de recorrido se encontraría con precarios letreros que anunciaban “zona en construcción” y que el casi indistinguible asfalto se convertía en un ripio duro, seco y polvoriento dispuesto a levantar algún pedregullo que detonaría feliz sobre el parabrisas radiante del auto de alquiler.
Tampoco podía tener bajo control la posibilidad de pinchar algún neumático, considerar detenerse y rebuscárselas para cambiarlo sola, al costado de la ruta donde apenas si cabían dos autos en el caso de que uno fuese y otro viniese. Y que cada vez que esto pasaba había que ajustar filosamente la dirección del manubrio para que el espejito del contrincante no chocara con el propio. No concebía la idea - y rogaba a Dios que no pasase- verse acuclillada, intentando en vano cambiarlo y que por una de esas su cuerpo no llegara a reconocerse a la distancia y fuese envestido por algún conductor distraído que no reparase en ella haciendo magia con el auxilio.
Deseaba llevarse recuerdos de su inolvidable tarde y con ese fin llevaba a cuestas su cámara de fotos. Sin medir el peligro estiraba el brazo hasta más no poder por fuera de la ventanilla dejando por unos segundos libre el volante, y obturaba para obtener, aunque movidos, los paisajes que la rodeaban, arbustos de hojas rosadas que lograban un contraste con el horizonte de azules cumbres iluminadas que siempre salían torcidas.
Salir de la ciudad no había sido un plan tan simple, aunque en sus pensamientos se alojaran intensiones juveniles, sus dudas la paralizaban y el cuerpo no le rendía. La tarde de después de mediodía le sugería una siesta donde apoyar la espalda ya dolorida. Una cama con sabanas limpias y buenas frazadas era todo lo que pedía.
lunes, 16 de marzo de 2009
VENDE O ALQUILA
domingo, 15 de marzo de 2009
AGUA DE POBRES
_¨Aquí la vida vale muy poco¨. Seguido a estas palabras caminamos por la villa en medio de un olor invasivo, escoltando los pasos firmes de un lugareño con permiso a mostrarnos como vive la gente de este lugar, con esperanzas de ser él quien logre modificar alguna cosa.Un olor nauseabundo propio de la falta de cloacas inunda la totalidad de las calles de tierra del circuito de precarias casas emparchadas. Los vecinos refugiados en sus pobres y frágiles guaridas vigilan nuestros pasos con las miradas sin fe. Al borde del arroyo que huele a podrido y entre las espesas pilas de basura acumulada, construyen sus casas los que no tienen casa. Simplemente un día llegan con la razón indiferente a los cuestionamientos y con una pala comienzan a aplanar lo que debiera ser tierra, sorteando restos oxidados de latas roídas y plásticos de lo que fueron botellas; y con retazos de chapa y pedazos de viejos cascotes descartados por otros levantan algo similar a paredes desaliñadas hechas con la fuerza de no tener nada. Aunque parezca que no hay más lugar costeando la orilla, alguno que otro encuentra su pedacito y así se van poblando todos los rincones de la frondosa costa de símil barro. Los que viven hace mas tiempo y un poco mas alejados del epicentro de la mugre y de los márgenes del arroyo putrefacto, cuyas casas hoy se ven algo mas armadas, no pueden echarles nada en cara a los nuevos inquilinos harapientos; será que llevan en su haber los recuerdos propios de esas andanzas apesadumbradas. Se acomodan como pueden y hacen de la porción ganada al basural un barrio donde crían a sus hijos con las enfermedades propias del terruño infecto. Los acunan con las manos ajadas, los alimentan con los dientes podridos, los peinan con las caras llenas de ronchas, los bautizan con las venas contaminadas, los miran con piedad por haberlos traído al mundo. En sus organismos los tumores se han vuelto comunes y se expanden entre los cuerpos del barrio, tal vez por el consumo del agua que de las canillas sale verde o marrón según le plazca, o quizás por la cercanía casi total a las gigantescas columnas de cables de alta tensión que parecen alzarse victoriosas al daño que ellas mismas causan. El pelo crece como la paja y la comida sale bien rara. Los perros parecen custodiar el platito de agua que enseguida se les pudre. Otros de los aún vivos sufren de espasmos pulmonares por respirar del aire irrespirable, por paladear a fuerza de la necesidad el agua verde. Nadie puede imaginarse con estas finas palabras la verdad sobre este basural de humanos, apenas diferenciados de los desperdicios por el imparable latido de sus corazones.
jueves, 5 de marzo de 2009
Miro y veo
Por la pasarela pasan mujeres con atuendos demasiado elegantes, el desfile sucede en una casa estilo francés en pleno centro. Está repleto de señoras perfumadas con pelos subidos con mucho spray; no faltan dos niñas que imitan las formas de los mayores y pasan con aires dándole vuelta la cara a las personas comunes.
A la mañana estuve en el hospital, me tocó hacer fotos de señoras con cáncer que como pasatiempo a sus sesiones de quimioterapia pintaban cuadros. Un taller de pintura desde la cama. Preparaban una exhibición que llevaba el nombre: ¨En dónde quiero estar?¨. Me asombró la calidad de pintura aficionada, paisajes con flores a lo Van Gogh, pinceladas en mínimos puntitos, caras de cristos con ojos lagrimosos, frentes de iglesias blancas con paz. Creí ver en las pinturas los recuerdos que estas personas tendrán de sus pueblos y sentí lo fuerte de sus imaginaciones paradisíacos de esos otros tiempos. Pero lejos de las otras señoras, las del desfile, estas almas se notaban acompañadas o queridas, sonreían, había alivio saliendo de sus caras.
Miro mi papel de testigo de vidas, de mirona de crecimientos, de observadora de decadencias, de centinela de logros, de buscadora de pleitos a sueldo.
Un director de cine me habla de una película donde el protagonista participa en una escena de sexo oral en su propio cuerpo contorsionado.
Un cocinero coqueto me muestra su colección de discos de rock´roll.
En un comedor comunitario un mitad lingera mitad preso fugado intenta arrebatarme la cámara porque no quiere salir en la foto.
Más tarde me enfrento a unos platos de una comida que dice llamarse exótica. En el restaurante de Palermo entre mis ojos y el enorme plato blanco se levantan victoriosas dos rodajas bien gruesas de lomo de ñandú. Le pregunto al cocinero: cómo puede ser? cuándo sucedió esto? Que una tajada de ñandú se encuentre en un plato, quién la trajo? quién lo mató ? Me cuenta fresco que hay criaderos de ñandúes que viven un año y medio y luego sirven para comerlos.
Me sobrevuela un pensamiento suicida de no querer formar parte de este mundo.
En la pizarra colgada arriba del bar se lee: sándwich de yacaré. Me imagino el futuro de góndolas de supermercado abarrotadas de fetas de yacaré prensadas en folios al vacío. Trato de comparar con el pollo y la vaca y en lo fácil que se me hace masticar un huesito o una alita y siento que no es lo mismo, aunque con objetividad sea lo mismo.
Subo escaleras de iglesias casi a oscuras. Los cristos y santos descansan de las insaciables miradas de ojos llenos de promesas y pedidos. Me gusta inclinarme a sacarle fotos a los santos, no sé porqué veo vida en estos seres quietos.
Otras veces señores me entregan verdades sin peros; intelectuales juegan a sorprenderme con sus decires claros, músicos me deleitan el aire con canciones.
Miro, veo y disparo. Tiene sentido? No tiene sentido? Me pregunto y me contesto sin parar. Acompaño con mi mirar infinidad de muestras de vidas mientras la mia vive.
martes, 3 de marzo de 2009
Carlos Sorín lo garantiza
CS acabó con su trabajo, pasaron los tiempos de la ansiedad, de la espera de los proyectos a punto de lograrse, su película ha concluído. Ahora resta esperar la reacción del público, las críticas, las presentaciones, las nominaciones, los festivales, los premios. A partir de este momento su trabajo será el de atender el teléfono y estar dispuesto, contar y pensar en forma de palabras todo lo que quedó impreso en la cinta digital.
Su experiencia lo hace tomar aire y acceder, sabe que atender a la prensa, dar las notas, mostrarse sociable y cordial es la manera que le toca desde aquí por un pequeño lapso, hasta que por lo menos la película dé unos pasos y se convierta de vuelta en su última película, y con el correr de los meses se vuelva vieja y más acorde con todas las ya hechas y haga el traspaso de pantalla grande con pochoclo a caja de dvd expuesta en videoclub.
La última obra parece siempre la mejor, para el creador tiene todo lo que las anteriores no tuvieron, así se vuelve altivo por haber aprendido y en su forma de actuar se detecta su presumida comodidad.
Esta vez presenta una película minimalista. Se dejó llevar por los recursos meramente fotográficos, la luz, los fondos, las formas que hace en el tiempo la música, usando lo mínimo indispensable para filmar la escena del viejo, que es viejo en la realidad también y casi no actúa sus desequilibrios, sus torpezas, sus endurecimientos y sus dificultades reales.
CS director, con los años se ha empequeñecido, su cuerpo fibroso no parece el mismo que tuvo la última vez, que estuvimos en esta misma situación, cuando presentó su última película, la anterior, que se alquila hoy en los dvd clubs.
_¨Mi película está basada en el tiempo, en la vida que pasa a ritmo real, por supuesto como todas mis películas es auto referencial. La relación entre un padre y un hijo unidas por la música. En mi vida el piano que hay en casa fue un elemento de conflicto, era el piano que mi hijo tocaba cuando vivía con nosotros pero que no pudo llevarse cuando se fue, y ahí hubo una situación no muy feliz, pero por supuesto el piano quedó en casa, lo tengo yo. Mi padre era violoncelista y mi hijo es pianista, existe entre él y yo una relación a veces de competencia, los dos somos creadores. La relación con mi padre fue estándar, no muy afectiva, pero como siempre a su muerte afloraron en mí todas esas culpas que salen siempre cuando los padres se mueren. La película que se llama hoy La Ventana fue cambiando de nombre a lo largo del rodaje: es la espera de un padre por la llegada de su hijo desde España para poder finalmente dejarse morir. Lamentablemente el cine es muy narrativo, traté de que sea lo menos posible. A veces esta espera está contada en tiempo real y fue difícil mantener la calma, la ansiedad de que algunas escenas duraran por lo menos dos minutos sin que parezca que nada pasa, respetando el tiempo real de la vida.¨lunes, 9 de febrero de 2009
Niña baleada
De cerca impactan las gomas quemándose en el pavimento, el sonar de los chispazos se confunden con los golpes de botellas plásticas vacías, una contra otra, una y otra vez.
Botellas vacías golpeadas con manos de niños, los enérgicos puños que forman las filas más audaces, con los que reclaman y piden clemencia al viento para no sufrir.
Me acerco a mirar bien de cerca como son, para mí forman una especie nueva que no conozco, todo en mi vida es lejano a aquellas. No puedo comprender esas vidas bajo una autopista en sombras y frío.
Me acerco a una madre que trae un bebé muy chiquito para mirar bien de cerca el terror de que lo haya traído a respirar aire quemado, más es común en esa vida.
De a poco han ido viniendo todas las señoras del barrio a la batucada de la injusticia social, son solidarias con los padres de la nena baleada, a la noche tarde en la puerta de la casa, mientras jugaba en la vereda y las dos bandas del barrio se pelaban con revólveres cargados, balas que fueron a dar contra ese cuerpito de pocos kilos, que por suerte todavía vive. La bandas del barrio a las que todos conocen.
Reclaman a la policía que no cuida, que no puede ser que los niños no puedan jugar en la vereda y sobretodo que el disparo cayó en una criatura. Se juntan a mirarse las caras y a penar, porque saben que nada ahí tiene futuro ni certezas. Están a la buena de Dios, descreídos de todo desde siempre.
En otra punta está el hospital con la niña baleada, su estado es crítico pero por suerte en el futuro se va a recuperar. Una vecina se acerca a mi lado y me pide ayuda, si puedo, ya que voy para allá, llevarle a los padres de la nena unas sillas y el termo y una bolsa con la yerba y el mate, le digo que sí, que claro. Me meto en el auto: ves?, ellos se vuelven caminando a sus casas por las calles de tierra inundada y vestigios de todo roto, yo me siento cómoda en el asiento de atrás y cargo las sillas en el baúl. Al llegar al hospital el padre agradece. Miro con profundidad sus ojos golpeados, escucho su voz temblorosa, registro sus veintipico años que parecen más de cuarenta, me convence la fuerza que sus palabras hacen, le dedico mi mejor mirada, me enternece su dolor, me mira y me dice de nuevo gracias, no sé qué tengo que decir yo.
viernes, 30 de enero de 2009
Fútbol con botones
En la vida de Rómulo era normal salirse de su casa los sábados a las 3 de la tarde y caminar hasta lo de Alfredo. Tenían prevista una nueva partida como cada vez desde 1949. El religioso sábado del estricto y esperado encuentro.
Era tan habitual para él que ni siquiera se daba cuenta de que su vida vista de afuera contenía este acto sorprendente. Como si pudiéramos observar con normalidad una partida de fútbol con botones.
El juego databa de la época de sus infancias, un rudimentario tablero, que como rudimentario cargaba con todas las mañas y los detalles, y un equipo de fútbol armado con botones, de colores, de tapados de viejas tías de más allá de las añoradas infancias de Rómulo y Alfredo. Botones limados especialmente para que se deslicen por el tablero como verdaderos goleadores, arqueros y defensores. Cada botón un nombre, preciso como Castro, Pelícano, o Matadero, un nombre que no los identifique con ningún jugador actual ni de antes, aunque suenen tanto a almas del fútbol, pero no, los nombres de cada botón únicos para ellos: _¨si el botón se rompe, se acaba, nadie hereda los nombres...¨, _decía orgulloso Alfredo,...¨ porque los botones se hacen trizas, como las vidas¨.
Así Rómulo y Alfredo esperaban toda la semana la llegada de los sábados a las 3. El partido arrancaba y la pelota disparada con una ficha de casino rectangular y plana - una tableta plástica que al hacer presión sobre el botón golpea a la pequeñísima pelota-, se mueve para un arco o para el otro: _ahora te toca a vos!,_ ordena Rómulo, porque es una jugada para cada uno, salvo el foul que se cobra como dos.
En estos botones hay almas y espectativas. A pesar de que toda la semana se la pasen guardados en sus cajas metálicas decoradas con botones impresos, Castro, Mataderos y Pelícano son vidas como las nuestras sostenidas en botones; como patean laten, como defienden gritan sus victorias, como humanos se salvan de hacerse pedazos.
Los goles a veces son 4 o 5, aunque este último sábado fueron 20!, quizás porque era el último partido de una gran tanda porque Alfredo se va de vacaciones. Y quizás pueda ser el último partido si Alfredo quizás no vuelve más. Nunca se sabe la ruta, el calor y el corazón qué partido estarán jugando.
sábado, 10 de enero de 2009
BORDE DEL MAR
Caminó por los lugares por los que su padre ya no andaba más. La operación, el cuello duro y la histeria de siempre lo dejaron postrado. Ahora que se encuentra en la cama sin conocimiento, o apenas con conocimiento, ella siente la necesidad de despedirse por él de los sitios a los que no volverá.Y porque le dicen que a pesar de estar moribundo, a pesar de que ya no come hace tantos meses (se alimenta por tubos con nutrientes) debe de tener alguna cuenta pendiente por la que no puede dejarse e irse en paz. Como si estuviera pagando con su espera inhumana (lo lavan con trapos, le sacan y ponen los dientes, le curan las paspaduras con cremas y gels) esos días en los que supo ser como nadie quería que él fuera. Esos días que duraron toda su vida, el sube y baja de emociones, donde no podía esconder su sinceridad enorgulleciéndose de que todos eran peores que él (más locos, más malos, sucios, maleducados, o de religiones inconvenientes). Ella no sabe bien porqué esta situación (la de su padre moribundo hace casi 2 años) se ha vuelto una historia sin fin y desde donde se encuentra le dedica algunos minutos, como poniendo su mente en una sincronía telepática y tratando de hacerle saber que lo perdona, que lo hecho hecho está y que las razones habrán tenido espacio y que esa enfermedad (la excusa para justificar sus acciones) es así, injusta con los otros, injusta con el que la padece. Pero que punto, que este tiempo en donde él se muestra vencido, sin nada más que un cuerpo fláccido que se confunde con los dobleces de las sábanas y apoyado como otros lo dejan, es suficiente pago castigo para un hombre y también suficiente tiempo de desdicha para todos los que lo atienden como si fuera un niño enfermo que recién comienza la vida.
Ayer por la tarde caminó por la playa y se detuvo por los sitios que él disfrutaba, el viejo médano que aún permanece como entonces, el camino que hacen un surco las plantas gomosas que crecen en la arena al ritmo de los escarabajos, la empalizada del hotel, entreviendo por sobre las reformas restos de viejas paredes, reconstruyendo en sus ojos la estructura original que los contuvo alguna vez, cuando eran esa familia que él transportó, en los tiempos que podía demostrar su alegría frente al mar.
viernes, 26 de diciembre de 2008
Orador urbano
A él lo dejaban entrar junto con los mozos aunque aún no estuviera abierto el bar, porque lo conocían desde hace años y su presencia no molestaba. Su pretensión comprendía una taza de café caliente y tener el lujo de estar entretelones, el único civil entre todos los mozos, antes de que el bar quedara abierto, como si fuera un artista tras los camarines esperando la entrada de su público.
El no tenía mucho que hacer, se dedicaba a observar por la ventana del bar.
Siempre la misma ventana, siempre el mismo café.
Sus pensamientos se registraban en su cabeza como frases hechas, se le presentaban como los titulares de los diarios:
"El fervoroso sol plasma el acabado perfecto que la ciudad le pide al nuevo día"
"Transeúntes buscan objetivos que sus cabezas persiguen como reliquias"
"Adolescentes chinos se pasean con vasos de café de plástico"
Y a medida que las horas pasaban las frases hechas se iban desvirtuando haciéndose algo más complejas:
"Las primeras bocinas alertan sensores y avivan deseos, promueven risas, encajan pasos en baldosas flojas"
"En la vereda de enfrente se divisa una metódica escoba que recoge papeles de anoche"
" Manojo de perros se acogota por llegar a la plaza de la esquina".
Y cada dos por tres se arrepentía de lo que pensaba, _¿porqué pongo atención en unos perros que se desbocaban por hacer pis en los árboles?, pero no podía evitarlo.
"Muchos llamados son cursados en celulares", y cuantificaba a la gente que andaba ya con el teléfono móvil en la oreja.
"Cigarrillos fueron encendidos, flores han sido compradas"
Y seguía como un rosario todo lo que iba pasando por delante de sus ojos y su taza de café que la iban rellenando los mozos a medida que se la iba acabando. Y las frases continuaban:
"Padre nervioso zamarrea niña dormida"
"Dúo de jóvenes sospechosos carga intensas vivencias en los ojos"
"Señoras con cartera y bolsita llegan apuradas a los puestos de trabajo"
Estaba por salírsele un nuevo pensamiento que empezaba con:
_" Desde aquel viejo autobús alguien ..., cuando notó que una persona que salía del autobús en la vereda de enfrente iba directamente a su encuentro, venía veloz a buscarlo y llevárselo con apuro y le decía:
_Señor Mascardi!, al fin lo encuentro! Apúrese que lo llevamos! El contingente lo está esperando en el hotel. Todo está listo para comenzar su conferencia!
Evidentemente lo había confundido. Pero no se amedrentó y se dejó llevar por el confundido organizador. Hoy se haría pasar por el señor Mascardi y daría una conferencia porque así el destino se le había ofrecido.
Al rato se encontraba en el salón meeting del hotel a punto de comenzar su charla para unos empresarios recién levantados. No tuvo pudor, se adelantó al estrado sin tener noción de qué hablar pero se dejó llevar y arrancó:
_"Lo verdadero llama a lo verdadero. Al mirar el mar nos regocijamos con su inmensidad, con su sonido, con su furioso equilibrio, la belleza de su infinita soltura repercute en nosotros y nos volvemos más sanos, más libres, más humanos. Vinimos aquí y esto tiene una razón, salirnos de nuestro entorno y observarnos, dejar de ser los que siempre fuimos y vernos en otro contexto..."
Y continuaba su discurso en forma contundente y con sus palabras notaba que a algunos confortaba y que otros se dispersaban hacia la mesa de los sandwichitos, pero no vacilaba y continuaba:
_"Así como en la urbe todo urge, en el pasto todo es paz...."
Y sin saber qué era lo que se esperaba de él ni del error de que estuviera frente tanto público comenzó a sentir los primeros aplausos que daban paso a nuevas frases que salían de su boca como si hubieran estado esperando en fila por años para ser escuchadas y el fervor crecía con atención hacia su sabiduría mundana que, como un autodidacta del pensar y del café, había aprendido de tanto observar.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
El ingeniero Huergo
El Ingeniero Huergo está casado y tiene una familia envidiable, su señora jovial le hace juego y juntos reciben visitas en la gran sala de la suntuosa casa de piedra. Los ágapes tienen lugar alrededor del piano de cola y la soltura para servir vasos de whisky los mantiene a pura farra. Los hijos son jóvenes y llevan amigos y los más grandes y los más viejos se vuelven una sola generación alrededor del piano y del bar. La vida es feliz y no falta nada.
Ese fin de semana lo había pasado en la casa de los Huergo. Yo apenas los conocía, pero eso no quería decir nada, porque todo se volvía muy llevadero en compañía de ellos. Me habían pedido el extraño favor de que viajara a Córdoba desde Buenos Aires llevándoles una gran cantidad de dinero que no podían hacer llegar y que tenían urgencia de tenerla. Por tal motivo yo había estado de apuro en una joyería del Once hablando en código con unas personas desconocidas que finalmente me dieron un bolso lleno de billetes, algo así como veintemil dólares.
Directo al taxi y al aeroparque y al avión y al remis que me dejó en la mansión de piedra del Ingeniero Huergo y familia.
La situación era poco común, pero a mí me daba felicidad ese viaje de veinticuatro horas con una misión bien frugal y expeditiva, me hacía sentir como una mafiosa magnate de primer nivel.
Después de la bienvenida con traspaso de dinero y del tradicional asado del domingo salí a dar una vuelta por los alrededores y descubrí una pileta también de piedra en un desnivel del frondoso jardín autóctono de otros tiempos.
Subí al cuarto que me habían prestado y me puse la malla para nadar. Me zambullí en el agua fresca y al poco rato descubrí que tenía compañía en la piscina. Era la presencia del ingeniero que a cara mojada parecía otra persona, más algo y menos algo que antes. Tuve una sensación extraña, a pesar de no estar haciendo nada fuera de lugar, pero su inesperada aparición me causo tensión y salí del agua.
La pieza asignada era en el altillo de la mansión y allí pasé la noche calurosa del verano con poca ropa y la ventana abierta para que el viento pudiera correr. A la mañana temprano me llevaron al aeropuerto.
Pocos días después un llamado del ingeniero en mi celular me ofrecía tomar una copa en la Recoleta. Era una invitación que no podía rechazar en este esquema de posibles puntas laborales. Nos juntamos en un bar y luego pasamos al restaurante de la misma cuadra. Pronto sospeché estar siendo parte de una situación que no había contemplado; el restaurante con su luz tenue parecía envolvernos y al trato con los camareros funcionábamos como una pareja donde yo era una parte muy joven y él no.
El mozo nos sugería ocupar la mesa en el sitio más resguardado, como si el ingeniero con su mirada complaciente le estuviera rogando privacidad a mis espaldas.
Al momento del postre mi supuesta percepción se hizo realidad cuando él levantó del recipiente la cuchara con una frutilla bañada en crema y quiso que yo la comiera de su mano. Lo hice pensando que era peor tratar de frenarlo, pero intenté no tener ningún ademán erótico y mastiqué bien fuerte rompiendo toda posibilidad de magia sensual.
El ingeniero finalmente aseguró mis sospechas contándome cómo aquel domingo había custodiado mis sueños desde la escalera que daba al altillo, mientras yo dormía él se desvestía por la excitación que le causaba mi cuerpo casi desnudo enredado entre las sábanas.
Ahora era un hombre con precisas intenciones frente a mí, quería mostrarse un hombre enamorado cuya finalidad era convencerme de que una relación entre nosotros era posible.
Sus relatos caían sobre la mesa como un abanico de perversiones sin medir.
Había salido de su casa al alba en el Audi negro y manejado hasta Buenos Aires a 160 km. por hora, la música suave y brasilera lo hacía imaginarme estirada sobre el piano de cola de su sala.
Quería preservar esta doble vida que se mecía entre su feliz familia de las sierras y su universo de fiesta de hotel con salmón rosado y champagne de la que pretendía hacerme parte.
Quería ofrecerme todo en oposición a su vida corriente.
Moría por presentarme entre los otros, aquellos con los que mantenía alguna charla eventual en el lobby para que supieran que él quizás era el próximo en tocar con sus manos gruesas y calientes mi jovencísimo cuerpo blanco.
martes, 23 de diciembre de 2008
Recuerdos en dos vidas
Todo lo que podíamos esbozar era poco respecto del recuerdo que conservábamos.
A veces nos distraíamos elaborando una especie de ranking que comenzaba con las milanesas finitas con puré de papas pasando por los húmedos sándwiches de miga, o desde los buñuelitos de acelga expuestos en la campana de cualquier bar hasta la medialuna de jamón y queso del Florida Garden, pasando al sabor de la medialuna en general y de alguna en particular, las muy finitas de la Colón o las embadurnadas con manteca azucarada del Piazza del Congreso.
Lo del asado era un capitulo aparte, la rivalidad se disputaba entre la tira y las mollejas bien doraditas y crocantes, las mismas que se magnificaban en el recuerdo de un sol estrellado en el cielo azul del gran Buenos Aires, de las quintas con duraznos en almíbar con restos de hojas y palitos que vuelan al plato.
El sonido de los pájaros de paz y de las misteriosas chicharras a la hora de la siesta a la sombra, mientras a lo lejos, en el quincho las risotadas, las que parecía que escucháramos hasta a miles de años de distancia.
Como si todo por allí se viviera en otra dimensión, o simplemente fuera de verdad, los colores re contra intensos, la carne de carne, el sabor real de los tomates súper masticables, colorados y jugosos como las naranjas y las pesadas y enormes sandias partidas al medio como juguetes.
Incluso en el recuerdo las caras de la gente se veían con otra pasión, re significadas por sus mismas arrugas, expuestas de frente con sus ojeras sin nada de tratamientos ni nutritivos. Caras al fin del cono sur, con todo. Como nuestros sentimientos que también allí se volvían auténticos, donde nos enamorábamos y nos dábamos la cabeza contra la pared.
Otras veces con nombrar solo una palabra abríamos un juego que duraba toda la tarde. Chinchilla, locro, matapiojos, delantal abrochado atrás, boleto de colectivo, cigarrillo 43 70, repasador, caja de tizas, trapo de piso, pela papas…
Estar lejos era un paréntesis en nuestras vidas, que amenizábamos dejándonos ir en memorias. Otras veces armábamos recorridos mentales tele trasportándonos entre las calles:_ vamos por Junín a la altura de Juncal, ahí donde se corta llegando a Santa Fe, y ahora por Belgrano hacia el bajo y doblamos a la izquierda hacia la Plaza de Mayo y sentimos la curva entre medio de los bulevares finitos con postes de cemento y luces gigantes de altos... Pero por suerte no hay mucho tráfico porque es sábado a la tarde y es primavera y por la ventana baja entra un aire fresco, el mismo que mas al sur para el lado de La Boca otros toman en camiseta con las sillas en la vereda y las medias puestas en las chancletas y los perros de nadie que son de todos.
Entonces girábamos la conversación hacia esa cualidad de los perros, que nunca fueron ni serán declarados. Extrañábamos justamente la sensación de vivir entre toda esa gente sin nombre que hace a la cosa. Nuestras añoranzas nos daban la contención que no teníamos. Como si nos hubiésemos dejado de prestado por un largo tiempo a otro mundo para que en nosotros afloraran los verdaderos sentimientos de los que estábamos constituidos, de saber por fin de donde veníamos, nuestros legítimos gustos e intereses, la esencia de ser de allí y de paso advertirnos de no pertenecer a lo que nos rodeaba.
Cuantas veces habíamos fantaseado con hacer las valijas e irnos, dejar todo: _Acá no se puede vivir!, maldecíamos.
Habíamos soñado durante tanto tiempo con el día en que cerrábamos la puerta para siempre para irnos al mundo que funciona, donde no hubiese deshechos en todos los puntos a la vista y las cosas se vieran limpias. Donde pisar con los zapatos en la calle no significaba meter el pie en un charco patinozo de barro con restos de asfalto viejo. Donde por teléfonos que andaban la gente atendía con respeto.
Nos aguábamos la boca imaginándonos el día en que pediríamos el remise que nos llevara a Ezeiza y amaneceríamos al siguiente día sobrevolando las ilusionadas casitas dispuestas en perfectos lotes, que dejaban para siempre atrás a la majestuosa villa de la que nadie se hacia cargo, con los jamás cuantificados techitos de chapas; infames maquetas hechas en un jardín de infantes de androides con los clavos sobresalidos como si fueran gritos de espanto.
sábado, 13 de diciembre de 2008
El viejo cine Lara
Esta vez como galardonado por su regocijo llevaba del brazo a una linda presa hembra, nada menos que la eminencia de la canción romántica de la época, Lolita.
Para Carlos era un orgullo andar con Lolita, sobretodo en aquellos lugares bien impuestos en las buenas costumbres de la sociedad de Buenos Aires, donde todos se codeaban cuando los veían pasar.
Le gustaba comer con ella en Plaza Mayor porque los mozos lo trataban también a él como a la gran cosa. Carlos estaba creído en esos momentos, aunque no eran muchos, y aunque al rato el hechizo se acabara y él tuviese que volver a su vida doble de marido triste y de matrimonio desmoronado.
Igual esos momentos con Lolita nadie se los sacaba. Justo en esos días sus pensamientos giraban en torno a lo popular que ésta relación se le estaba volviendo, más no sea entre los mozos del restaurante, y temía que en el momento menos pensado pudiesen ser captados por la cámara de algún detestable paparazzi y todas las culpas caerían sobre él y su infidelidad.
No acababa de tener un mediodía fácil, su cabeza no podía evitar pensar en los pros y en los contras de ser simplemente Carlos, así sin cuestionamientos.
Eran cuatro cuadras hasta Avenida de mayo, cuatro cuadras sombrías de después de mediodía, cuatro frías cuadras de digestión lenta y nervios cuando una puntada en la boca del estómago lo sacudió para no dejarlo.
Porqué ahora?, _se lamentaba Carlos. Justo ahora! en el apogeo del día ésta puntada!
A veces sospechaba del alto porcentaje de culpa con la que cargaba y se tendía a sí mismo trampas que lo volvían zapallo en un segundo.
Pudo sacar las dos entradas, algo podía aguantar. Tampoco era cuestión de mostrarse así en crudo, dejar tan de golpe su masculinidad y su glamour, pero no daba más, debía reconocer que tenía que ir al baño justo cuando empezaba la película. Anunciarle a Lolita que en el preciso momento en que comience el film él estaría sentado en el inodoro. Se encontraría minutos después liberando las partes atrapadas entre los pantalones y el cierre, dejando volar la carga de gases en el habitáculo azulejado, mientras en la pantalla el león de la Metro daba el comienzo de lo que él se iba perdiendo. No le quedaba otra, tenía que pasar por esto, y luego otra vez ser el que podría feliz acurrucarse en el hombro de su amor y susurrarle las conclusiones filmográficas tantas horas pensadas.
Carlos abre la puerta del baño casi de un golpe, pero entre el apuro y los nervios no llega a soltar el botón del pantalón y tampoco a sentarse, por lo que antes de tiempo empiezan a resbalarse sobre su piernas sus contenidos desperdicios que mojan, manchan y huelen, todo al mismo tiempo. Como puede se acerca a la pileta y rústicamente lava el pantalón y las medias que se acaba de sacar, mientras con la pierna desnuda que está más cerca de la puerta traba como puede para que nadie entre justo en ese momento, en el que se pasea por el baño como vino al mundo mientras en la sala llena de público su amor se estará preguntando por él, o en porqué no viene, o en qué le habrá pasado, o se levantará a buscarlo y bajo las exigentes órdenes de la presencia femenina alguien entrará y lo encontrará envuelto entre sus prendas abarrotadas de olor.
Carlos está perdido. Tiene la misma sensación que en su vida de todos los días. Las dos posibilidades en las que se debate siempre, que lo encuentren o poder controlar la situación para conservar su posición.
Por suerte un halo misterioso se cuela en el baño y su cabeza comienza a pensar con cierto orden y decide pedir ayuda. Pero al asomarse al único que divisa es al boletero que no le lleva el apunte pese a todas sus mímicas desesperadas, no lo escucha porque está del otro lado del hall del viejo cine Lara, allá atrás de tantos metros de mármol y molduras, hasta que una señal casi final lo hace reaccionar y alertar al acomodador que está más cerca de Carlos, apenas a unos pasos, parado al lado de la puerta de la sala que contiene a la pantalla, a la película, a la mujer que fue con él hasta ahí y a todos los que no pueden enterarse de que está desnudo y tan sucio.
Del Carlos del que sólo se ve su cabeza asomada tras la pesada puerta vaivén sale un grito casi de socorro:
_Un balde con lavandina señor!, por favor!_No! no puede pasar, estoy desnudo!, tuve un inconveniente!
El acomodador se deja llevar por los ojos desesperados del raro cliente de la cara que asoma y consigue el balde aliviador.
Carlos lava las prendas y se las vuelve a poner mojadas y sale de su propia película.
Se mete en la sala y a tientas recorre las butacas hasta que logra sentarse al lado de Lolita, escondiendo sus olorosas manos bajo sus muslos agitados.
No quiere estar más sentado en la butaca, lo que realmente quiere es convertirse en topo y salir de la sala hasta la calle por un agujero que encuentre en el piso, o sino querría que una fuerza centrífuga haga centro en él y se lo chupe.
Pero Lolita, que está abstraída en todo lo demás, como si nada le dice:
_Carlos!, olés a semen! ¿en dónde estabas?
viernes, 12 de diciembre de 2008
Ella Dolores
Seguí sus indicaciones, me dejé llevar por el ritmo de sus pantalones anchos y flojos y con la vista clavada en su espalda transité a su paso. Los pasillos por los que nos movíamos se iluminaban cada tanto con restos del sol que sucedía afuera, por el largo y angosto camino de cerámicos oscuros las sombras se resistían a desaparecer de las paredes que recorríamos como en un laberinto, buscando puertas, salidas y aberturas sin manijas.
No hablábamos. Al dar la última vuelta entramos en un ascensor y tuvimos unos segundos para mirarnos de frente, era la primera vez que ponía atención en su cara, que se la fregaba con una mano rascándose la pera.
Me había dicho al entrar:_soy Dolores, pero esa voz y ese peinado hacían ruido con el nombre. Me había traído un vaso de agua con esas manos de dedos finos y uñas anchas que las guardaba como una foto en mi retina. Mis ojos seguían su andar de cola parada sobre pies planos, custodiaban el movimiento de los brazos poco estilizados que acompañaban al escote que escondía unos senos que sonaban a relleno.Yo clavaba la mirada ahí en el cierre de los pantalones pero no se le marcaba ningún bultito. Lo que me desconcertaba era su figura, tan común. No había disfraces, se veía como una mujer-y tal vez lo había sido siempre- pero su engañosa y afeminada masculinidad talvez escondían al hombre con el que había nacido.¿Pero era una mujer que quería ser hombre? ¿O era un hombre envuelto en una mujer?Porqué me interesaba tanto saber su género? ¿Porqué no podía apartar mi pensamiento de figurarme a Dolores sola, como era de veras sin testigos?.
No tenía que hacer demasiado esfuerzo para imaginármela por la mañana frente al espejo haciéndole guardia a su barbilla hasta que creciera el primer milímetro de pelo para afeitárselo; mientras ella- la de veras- frente a mí en su oficina se limitaba a atender el teléfono o a levantar el portero eléctrico cuando sonaba. Qué me importaba! Porqué quería saber yo si alguna vez habría sido Carlos o habría sido Alberto y porqué me imaginaba que esas manos de uñas pintadas con esmalte apenas transparente, acomodaban sus huevos para el fondo de los calzoncillos si los tuviera. Me hacía meter en su intimidad como si la estuviera viviendo, como si de verdad ocurriese que su desprejuiciada figura de hombre mitad mujer me estuviera convenciendo de no sé qué cosa a través de sus labios carnosos que planeaban deseos. Ella Dolores se comportaba gentilmente, al fin de cuentas era la secretaria que intentaba darme comodidad mientras esperábamos que se presenten los que serían fotografiados por mi cámara. No había en Dolores signos insinuantes hacia mi persona, pero quizás su rigidez rememoraba en mí rastros de la mujer barbuda de los cuentos y esos puntos en su cara podían tratarse de excesos de hormonas, sobrantes de bozo que no pudo depilar a tiempo. Entonces el sexapil que traía la Dolores hombre disfrazado de mujer se desvanecía en la Dolores mujer que parecía hombre. Quizás se trataba de la señora Bubis, la mujer del Señor Bubis o quizás era ella o él un mismo ser, una u otro cuando se le ocurría, detrás de esa puerta y esa placa intercambiables según el caso se convertía en lo que se le cantaba.
El amor clandestino
Solía decirle frases así a través de llamadas sorpresivas en cualquier horario. Por el auricular su voz parecía siempre lejana. Se preguntaba de dónde estaría haciendo la llamada. A veces creía estar hablando con un preso, que la estuviera llamando del teléfono público con monedas desde algún pasillo de la cárcel, y que hubiera ideado la manera de fugarse de a ratos, cuando necesitaba de ella para amarla en la oscuridad de sus desbocados deseos.Pero otras veces se sentía ridícula pensando cosas tan absurdas.
_¿Cómo un preso va a escapar cada tanto para amarme al borde de los muros de la chacarita?. Ningún preso hace eso, primero porque está preso, por lo tanto no podría estar conmigo a esa hora haciendo esas cosas, _se objetaba a sí misma.Otras se imaginaba que alguna persona se comunicaba con ella para decirle que él estaba muerto. ¿Porque de qué manera se enteraría sino, si un día moría?.
No sabía nada de él, para ella era solo ese hombre que aparecía cuando se le cantaba y ella la que se volvía todas las veces disponible para aprovechar cada uno de los momentos que él decidía compartirle.
_Ha muerto, una voz diría, dejó unas cosas para usted. Entonces la voz le indicaría una dirección y ella iría inmediatamente, se veía caminando tan nerviosa por un barrio de casas bajas y viejas- podría ser Barracas- y de golpe se encontraría frente a la puerta en la dirección exacta que la voz había dictado y descubriría al fin el escondite del escurridizo y clandestino que tenía por amante, hasta ver su persona de verdad en un cuerpo duro y frío y sin más misterios.
Se imaginaba muchas vidas posibles para él. Parecía un hombre común. Ni mucho algo ni tampoco poca cosa. No había nada en su mirar que le hablara de otras actividades más que las de saciar sus ganas ya mismo. No había rastro que le diera a conocer alguna acción que pudiera hacer salvo amarla instantáneamente, a oscuras a solas y a veces.
_Bajá ya mismo, estaré pasando con un auto blanco en menos de 5 minutos. Entonces la realidad de este hombre común podría parecerse a la de un oficinista que aparece en ese tiempo muerto entre el trabajo y la casa, que se le puede adjudicar a un embotellamiento de tránsito o a una demora imprevista y la visita un ratito. Se preguntaba de dónde habría sacado un auto tan impecable. No había indicios de pasado, ni un papel, ni una boleta, ni un chicle masticado haciendo guardia en el cenicero, ni un resto de marca en la luneta, nada de nada, un auto que entendía sería de alquiler para trasladarlos directamente al estacionamiento de abajo de la autopista entre medio de las canchas de fútbol ya cerradas a seguir con esos capítulos de amor a ciegas.
Había mañanas que se despertaba sin tener certezas. Eran pocos, pero la atacaban los momentos en que dudaba de la existencia de todo lo que le ocurría y se lo adjudicaba a su imaginación, anécdotas construidas tal vez en la profundidad de sus sueños que la enloquecían en dudas y preguntas y hasta perdía la sensatez de saberse dormida o despierta, mientras en algún lugar de su cordura el señor como un comodín de hombre se hacía real cuando lo necesitaba. En algunos de esos momentos la confusión disminuía escribiéndole cartas. Al menos le parecía cierto que hubiera alguien del otro lado del papel.
Mi amor,
es verdad cuando me dices que lo formal no debe importarme. Tienes razón cuando aseguras que lo que de veras vale es el presente, también cuando me afirmas que los grandes proyectos de la vida terminan en la nada.Puedo entenderlo. Quizás no tengamos planes de futuro pero tenemos un presente de amor y pasión sin tiempos ni orden, cuando el azar lo dispone, sin que importe el lugar ni cómo estamos juntos. Somos a través de un instante pleno e innegable.
Y de golpe otra llamada con una nueva indicación la hacía reaccionar de la modorra de creer o no creer, de dudar o estar convencida, de su pequeñez a la importancia que la enaltecía, y provista de sus ropas de cita corría a un nuevo encuentro de amor y fantasía.
Y las escenas se repetían en pasillos de edificios públicos y asientos de autos, en recovecos de calles abandonadas y en bancos de plazas, de noche y de media noche, abrigados y desvestidos se entrelazaban para hacer combustión cuando ningún observador los acechaba.